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Influencia de los medios de comunicación en la convivencia política

Por: Ricardo Riesco Jaramillo (*) | Publicado: Viernes 13 de noviembre de 2015 a las 04:00 hrs.
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El cambio en los medios de comunicación supone muchísimo más que una simple revolución tecnológica. Implica, además, la completa transformación del modo en que la humanidad capta el mundo que le rodea y aquello que la percepción verifica y expresa.

Por eso, la revolución de los medios reclama con urgencia la inclusión de la llamada "cuestión antropológica" y la preservación de la defensa de la dignidad de la persona por parte de los medios. Es necesario una ética y una moral, una "infoética", como la denominó Benedicto XVI, tal como existe la bioética en el campo de la medicina y de la investigación científica. La exposición indiscriminada a los medios de comunicación tiene consecuencias y amenaza empobrecer nuestras habilidades reflexivas.

Hoy, como nunca antes en la historia, vivimos con la sensación de que el mundo está, de algún modo, instantáneamente omnipresente en la conciencia del hombre y de toda la humanidad. Los sitios más lejanos del planeta y los acontecimientos que allí acaecen son conocidos por todos y forman parte de nuestra vivencia cotidiana. Y esto no sucede de una manera neutra, o difusa. No; el mundo se nos hace casi familiar, "en vivo y en directo". Por ello esa presentación conlleva toda la carga de emoción, de dolor, de urgencia y curiosidad que gravan estos hechos. Si bien no somos actores, sí somos testigos semidirectos -pasivos- de la historia mundial que vivimos a través de mensajes breves, emotivos, pero siempre fragmentados.

La naturaleza y las consecuencias de estos hechos observados no son triviales. Conforman una abigarrada secuencia de catástrofes naturales, enfrentamientos bélicos, accidentes de gran envergadura, reuniones políticas y económicas, importantes efemérides, espectáculos deportivos y culturales, etc. que desfilan ante nosotros. Una exposición de la realidad en la que, por cierto, hay siempre una dosis muy grande de espectacularidad.

Sabemos que esa información que recibimos no es toda la información. Está tamizada. Ha sido seleccionada y ciertamente mutilada de acuerdo a los más diversos criterios. Porque los medios son justamente eso, medios a través de los cuales la mirada del comunicador nos hace llegar una realidad que está siempre mediad.

Cabe preguntar cuál es nuestra capacidad real de distinguir entre la interpretación que recibimos y la realidad auténtica y completa de la que se trata. Es un deber hacerlo, ya que somos conscientes de que la primera acción del hombre es darle sentido a nuestra propia vida, sin mediación externa. A estas interrogantes podríamos agregar otras dos que inciden en la complejidad del tema.

En primer lugar, ¿podemos hablar de realidad para referirnos a algo a lo que yo, individual y libremente, no he conferido ningún sentido? Sabemos que "... nadie ama lo que no conoce".

Y segundo, tampoco podemos eludir aquella interrogante clásica y que pareciera ser, una vez más, la gran tentación de nuestro tiempo, a saber: ¿Existe verdaderamente algún sentido en los acontecimientos y sucesos que no haya sido puesto por el hombre?

De hecho, no existe comunicación fuera de un contexto determinado. Los mismos elementos, imágenes, sonidos, reacciones, etc. asumen significados diferentes según el entorno. Así, la grafía o el sonido requieren de un ambiente concreto para transformarse en palabras. En un sentido más amplio, toda comunicación es tributaria de una cosmovisión, de una imago mundi, de una weltanschauung. Porque es la cultura aquello que le confiere a las palabras y a los signos su sentido, transformando aquellas imágenes y signos en lenguaje y haciendo posible de esta forma la comunicación entre los hombres.

El Papa Francisco ha exhortado en muchas ocasiones a "mantener el nivel ético" en los medios. Ha dicho que la calidad ética de la comunicación es fruto, en último análisis, de conciencias atentas, no superficiales, siempre respetuosas a las personas. Insiste en que cada uno está llamado a vigilar para mantener alto el nivel ético de la comunicación y evitar las cosas que hacen tanto mal, a saber: la desinformación, la difamación y la calumnia.

Varias veces recuerda el mismo Papa que los medios de comunicación además de informativos, son formativos. Son un servicio público, lo que equivale a decir que son un servicio al Bien Común,a la Verdad, a la Bondad y a la Belleza.

Hay que prestar también atención a la Instrucción Pastoral Aetatis Novae sobre las Comunicaciones Sociales de San Juan Pablo II (1992). Allí, el Papa Wojtyla, al igual que lo hizo Benedicto posteriormente, calificó como una gran revolución lo acontecido en materia de comunicaciones. Insistió en que la revolución tecnológica es un punto de partida y no de llegada de este fenómeno. Señaló que se están produciendo impactos profundos en muchos ámbitos. Y advirtió que no hay lugar en el mundo donde no se haga sentir el impacto de los medios de comunicación sobre las actitudes religiosas y morales, los sistemas políticos y sociales y sobre la educación.

El Papa Juan Pablo II dijo que los medios representan hoy el ágora de los tiempos modernos. Esta nueva plataforma de encuentro está unificando a la sociedad y transformándola en una "aldea global". Benedicto XVI lo calificó como "areópago" de la actualidad. Sin duda, todos vivimos hoy siendo parte de una inédita historia universal común en tiempo presente.

A modo de ejemplo basta recordar el papel trascendental de las comunicaciones en los cambios que ocurrieron en los años 1989 y 1990 en Europa Oriental. Tuvieron un alcance universal que, con el desmoronamiento interno pacífico de la ex Unión Soviética, pusieron fin a la Guerra Fría. Lo acaecido no se puede explicar si no es por las comunicaciones. Fue un impacto impredecible, imposible de morigerar, encausar, ni mucho menos detener e impedir por las férreas fronteras geográficas, cortinas de hierro, muro de Berlín de las políticas e ideologías de la época.

Es evidente para todos que los noticiarios de televisión tienen un alto componente de noticias internacionales que es equivalente o incluso mayor que las noticias nacionales. Por otro lado, las audiencias alcanzadas son de tal magnitud que para muchos son el principal, instrumento informativo y formativo de orientación para los comportamientos sociales.

Esto ha determinado que aquello que los hombres y mujeres de nuestro tiempo saben y conocen, e incluso el modo en que ellos piensan, es condicionado en buena parte por los medios de comunicación. Así, para millones de habitantes del mundo, la experiencia humana como tal ha llegado a ser al mismo tiempo su experiencia vital directa a través de los medios de comunicación.

La utilización masiva de los nuevos medios ha dado lugar a una suerte de nuevos lenguajes semi-vernaculares y a nuevos comportamientos. Lo anterior es especialmente manifiesto en la juventud. Estas innovaciones han generado, por un lado, un acercamiento diferente y una notoria uniformidad de comportamiento de la humanidad que abarca una dimensión universal-global. Han sido capaces de promover estructuras que contribuyen a rediseñar y acercar a la sociedad en su siempre compleja relación con el Estado y su Gobierno. La forma de esta delicada relación ha sido siempre crucial en todo tiempo y sociedad.

Cabe a la vez observar que estos medios modernos han impulsado un enorme desarraigo en muchas personas en las que prima la desorientación, el desconcierto y la confusión. Es común que se actúe sin saber hacia qué dirección se va. Una alta proporción de preguntas quedan sin respuesta. Observamos casi a diario cómo flaquean intuiciones básicas y certezas. Por doquier se cuestiona y desafía el entramado republicano y la institucionalidad democrática. Muchas instituciones pierden credibilidad. Sin duda vivimos, en muchos sentidos, una época de creencias y fidelidades débiles.

Todo lo descrito concierne a creyentes y no creyentes. De algún modo afecta a nuestra complejidad de vivir, no obstante la creciente prosperidad económica del mundo. Este avance de las comunicaciones paradójicamente ha hecho a muchos sentirse como náufragos en su vida personal. Es reconocida e indiscutible la trágica soledad y el aislamiento de multitud de personas en las grandes megalópolis contemporáneas.

Se ha dicho con propiedad que vivimos en un mundo en el que el hombre tiene miedo al hombre; miedo a la vida tanto o más quizás que a la muerte. Miedo tal vez al todo y a la vez a la nada; incluso a veces miedo a nuestro propio miedo.

En este sentido, resuenan aquellas premonitorias palabras de San Juan Pablo II en su primera aparición en el balcón de la Iglesia San Pedro en el Vaticano en la asunción como Pontífice: "Non abiatte paura!... ¡No tengáis miedo!". Un llamado que, mirado y escuchado desde el presente, parece profético y providencial.
Además de su indiscutida capacidad de unir y conducir a toda la sociedad hacia una convergencia, los medios tienen también, contrario sensu, el riesgo de separar y dividir a una sociedad y a sus personas. Una misma revolución tecnológica es capaz de engendrar unión y segregación al mismo tiempo. Ella le impone, por lo tanto, una responsabilidad adicional a los medios de comunicación en esta materia.

A nivel académico, está irrumpiendo con fuerza el concepto de "glocalización". Es una suerte de sincretismo entre globalización y localización. El concepto alude a la modalidad de acción de las personas en este mundo de la conectividad medial total que nos rige. En efecto, todo ciudadano debería según esto actuar con la siguiente máxima: "Think Global, but act Local".

De algún modo, se ha generado un curioso acercamiento de los escenarios más lejanos y, contrario sensu, se ha producido simultáneamente una suerte de alejamiento del entorno más cercano, propio y familiar.
Los medios saben que es posible influir sistemática y persistentemente, según métodos científicos establecidos, para construir una opinión pública. Esa capacidad es utilizada al momento de inducir a la opinión pública en busca de legitimar el poder político y consolidar el poder económico.

Tradicionalmente la idea que inspira el concepto de Bien Común es la visión de la sociedad como conformando un solo cuerpo, como un organismo: "El bien de la mano es el bien del cuerpo entero, así como el bien del cuerpo entero es también el de la mano".

Sin embargo, los tiempos contemporáneos parecieran tener dificultades con esta concepción clásica. En esto hay que decir que la Doctrina Social de la Iglesia Católica ha aportado una lectura distinta y bastante más actualizada, como lo hace la encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI. Nuevos desafíos como la globalización, el relativismo moral, los rebrotes de anarquía, el terrorismo en sus distintas versiones, el racismo o el narcotráfico son retos cuasi universales que se observan localmente.

El progreso tecnológico en las comunicaciones modernas debe entenderse como un estar instantáneamente conectado en todo tiempo y lugar. Sin embargo, son muy obvios los graves reparos acerca del valor informativo y sobre todo del valor antropológico formativo de ese estar eternamente "comunicado". En efecto, campea una primacía del dato aislado, pirotécnico, a costa de un debilitamiento -sino ausencia- de una reflexión y de un pensamiento lógico y causalmente entrelazado.

En otro orden de cosas, cabe preguntarse: ¿Cuál es, cómo opera y cómo se inserta en el entramado institucional de una sociedad, la legitimación de los medios de comunicación? Y en seguida, ¿cuál es el nivel de responsabilidad, quién y cómo se ejerce cuando se falta a la ética, a la verdad, e irrumpe la desinformación, la difamación, la calumnia o el animo injuriandi?

En el mundo de las comunicaciones, debemos aprender a discernir con certeza y prístina claridad qué es y cómo se debe diferenciar entre la opinión pública y la opinión publicada, que ciertamente no son conceptos equivalentes. Este tema no es trivial ni marginal porque ningún contenido de información es aséptico sino mediado.

La información mediada es, en algún grado, una suerte de denuncia. Y lo que es peor y más grave: los medios están emitiendo unilateralmente, sin el debido proceso, una especie de sentencia. Sabemos cómo se maneja, por algunos, el derecho a réplica. No desconocemos la existencia de normas legales, regulatorias, ni la vigencia de códigos deontológicos que sin duda los hay y funcionan. Pero en razón de la complejidad y la velocidad del avance tecnológico, se sobrepasa continuamente las figuras morales y legales ya tipificadas. Es un hecho cotidiano el enfrentar vacíos legales relativos a las figuras éticas que desata la innovación científica.

La relación de los medios de comunicación y la política es un tema aún más complejo. El indiscutido efecto de penetración de los medios es conocido hace ya mucho en los Gobiernos, parlamentos y, en especial, por los propios parlamentarios. De ahí la tentación de apelar a la opinión publicada, las encuestas o al people meter. Vale decir, ya no operan los políticos como orientadores top down, como fuera tradicional hacerlo no hace tanto tiempo cuando desempeñaban una labor conductora como formadores y orientadores políticos de la ciudadanía.

Parece que en una democracia popular de masas, lo que ha de regir es el bottom up, vale decir, el sentir de las bases: la calle es lo decisivo. La expresión "políticamente correcto" es lo que manda hoy; es el ídolo del foro.

Por lo visto, parece que se está imponiendo con fuerza en el mundo una suerte de humanismo materialista. Se tiende a pensar que todo lo que existe se le ofrece al hombre como material dispuesto para su elaboración. Así, sería parte de la historia del hombre de este tiempo el creer que todo -la naturaleza, la sociedad y, lo que es más grave, la propia mente humana- sería material dispuesto para ser manejado a su voluntad. El hombre sería solo algo así como un simple eslabón más de la historia biológica.

¿Y qué decir de la propiedad de los medios de comunicación? Tengamos claro que tanto los medios estatales como los privados ejercen una influencia anormal en su programación y contenidos. Se privilegia el rating y la popularidad, en desmedro de la calidad. Los del Estado se esfuerzan en incentivar el adoctrinamiento ideológico-político a la vez de erosionar los códigos morales y valóricos de la sociedad; mientras que los segundos, los privados, empujados por motivos mercantiles, se esfuerzan por crear necesidades y modelos artificiales de consumo.

Es probable que el actual y futuro uso de los medios de comunicación pueda tender hacia servir ideologías oficiales o como instrumentos de poder político o como palancas de poder económico. Por esta vía se infieren daños a diario al hombre de hoy y pueden llegar a ser ominosos fantasmas para el futuro.

Seamos capaces de reconocer que no hay manera de superar esos peligros de los sistemas técnicos modernos si no es rescatando el sentido del hombre que le restituya su verdadera dignidad. Esa dignidad propia del hombre que ha descubierto que tanto él como el mundo tienen un sentido que es anterior a la posibilidad misma que poseemos de conferirle nosotros sentido a las cosas.

(*)Miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales,
Polìticas y Morales del Instituto de Chile.

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